jueves, 21 de marzo de 2013

Es tiempo de ordenarse.


¿Qué carajo tengo en la cabeza? Digo, realmente, escucho como mil voces constantes que se superponen y no se dejan ser unas a las otras por lo que jamás termino de entender que me quieren decir.  No puedo determinar un número, siquiera una aproximación, se que son muchas, o el barullo que hacen eso me hace creer, es tan insoportable que se me escapan y mis esfuerzos por reunirlas a cada una por separado para así poder detectar la médula de ese mal estar, solo fracasan como si el hecho de concentrarme en una hiciese que las demás se escapen. Pero ese escape es engañoso, es temporal. Tarde o temprano vuelven a atormentarme, cada vez con mayor intensidad.

Esta semana me di cuenta de algo, por ejemplo. Necesito la aprobación de los adultos, de cierto tipo de adultos, los que me caen más o menos bien, como si fuese una nena. Sí, como cuando somos chicos. Como cuando estamos esperando que papá o mamá nos digan que están orgullosos de nosotros, que vamos por buen camino, que somos los mejores, los más lindos...todas esas cosas que tanto me faltaron a lo largo de la infancia, y siempre. Por eso me pone tan nerviosa juntarme con mis profesores, con los que me conocieron lo suficiente como para que les importe...en primera porque les importo desde un lugar que a mis padres nunca les podría llegar a importar, y por otro lado, porque me comprenden en varios niveles ( y me pueden aconsejar desde la experiencia). Fue y es un largo camino sin una pizca de aprobación paternal, por eso me emociona tanto que los adultos reconozcan mis logros... soy una niña gritando desesperada por un poco de atención.

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